Muy pronto la Sociedad atrajo nuevas vocaciones y abrió un noviciado. En poco tiempo, Filipina fue responsable de cinco conventos: St. Charles (que reabrió en 1828), San Luis y Florissant en Misuri, Grand Coteau y St. Michaels en Luisiana. Filipina se adaptó a la cultura americana, conservando lo más posible las costumbres de la Sociedad. Con el Plan de Estudios en marcha, las Religiosas del Sagrado Corazón ofrecían a sus estudiantes un currículo completo, que combinaba formación espiritual e intelectual. Las escuelas de Filipina fueron las primeras que educaron estudiantes de color en San Luis. Además, abrió el primer orfanato de San Luis.

Por fin, en 1841, se realizó el deseo de Filipina de servir entre las poblaciones indígenas. Ante la petición especifica de Padre Peter Verhaegen, jesuita encargado de la misión, fue con otras tres Religiosas del Sagrado Corazón a Sugar Creek, Kansas, para fundar una escuela para las chicas Potawatomi. A los 72 años estaba demasiado frágil para ser de ayuda con el trabajo físico y no podía aprender la lengua Potawatomi. Pasaba la mayoría de su tiempo orando, adquiriendo el apelativo de “la mujer que siempre reza”. Después de tan solo un año, la pidieron volver a St. Charles a causa de su salud. Aunque vivió en Sugar Creek por un breve periodo, dejó un gran impacto en los Potawatomi.

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